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1 Octubre 2019
No le eches la culpa a la tecnología

No le eches la culpa a la tecnología

Por MAYTE RUIZ DE VELASCO.-

Pensando en transformación y transformación digital, lo más inmediato que se nos viene a la cabeza (y sobre lo que más se ha escrito) es el miedo. Hablamos mucho sobre la resistencia al cambio porque pensamos que un cambio nos va a hacer perder algo que ya habíamos conquistado o por miedo a no ser capaces de adaptarnos a los nuevos paradigmas. Os recomiendo que os leáis “The evolution man, or how I ate my father” de Roy Lewis (El fin del Pleistoceno en español), una sátira sobre el miedo a la evolución contada a través de una familia de la época pleistocena y en un entorno lleno de anacronismos. Muy divertida.

Todos somos capaces de entender la sensación incómoda de vulnerabilidad o inferioridad cuando las cosas dejan de ser como eran y desaparece lo que llamamos nuestra “área de confort” y empezamos a sentirnos torpes. Ante esta situación, con miedo y todo, tenemos dos opciones: seguir como antes o empezar a buscar nuevos caminos y formas de actuar. Transformarnos.

Hace casi 20 años, durante la primera euforia .com, se puso de moda un libro muy sencillo: “Quién me ha robado mi queso”. Seguro que algunos os acordaréis porque fue un “best seller” en librerías y un contenido muy aprovechado para explicar los cambios que empezaban a producirse ante una tecnología ya al alcance de todos. En formato fábula, Spencer Johnson explica la necesidad de enfrentarse a los cambios, de buscar nuevos caminos (tanto en el trabajo como en la vida privada), de superar los miedos y lo que nos perdemos si no lo hacemos.

Podemos ver las transformaciones como un enemigo o contemplar la evolución, las nuevas tecnologías, las nuevas perspectivas como una oportunidad para construir algo nuevo y mejor. Yo prefiero esta segunda opción, pero ¿qué hacemos con los miedos? ¿qué hacemos con el territorio conquistado? ¿cómo nos enfrentamos a un mundo cada vez más ajeno en el que la sucesión de cambios es exponencial?

Hay una herramienta gratuita y de código abierto a la que todos tenemos acceso, pero no todos explotamos: la curiosidad.

A lo largo de mi vida he aprendido que el motor más importante para el cambio es la curiosidad. Las personas que explotan su curiosidad son las que hacen que el mundo mejore, buscan y encuentran caminos mejores. Y entre las características que reúnen las mentes más curiosas están: la pasión por lo desconocido, energía para la experimentación infinita y recursos para superar la frustración.

La curiosidad no tiene miedo a lo nuevo (o lo supera) ni a la transformación ni a la tecnología; de hecho, los avances tecnológicos son una puerta abierta a la imaginación. Seguro que todos estamos de acuerdo en que gracias a las mentes curiosas que prueban, se equivocan y encuentran nuevos caminos hoy ya hay fórmulas mejores que el envenenamiento masivo para acabar con células cancerígenas. Alguien pensó: ¿y si las congelamos? Pues sí, algunas mueren.

Además, las personas curiosas no se cansan de probar y esto está muy vinculado con su capacidad para manejar la frustración. La recompensa de la innovación es superior al dolor de la equivocación, y eso les hace seguir probando para llegar a soluciones nuevas y mejores. Recordemos también la respuesta de T. A. Edison cuando uno de sus discípulos le preguntó si no se desanimaba ante tantos fracasos: No he fracasado, sólo he descubierto 999 maneras de cómo no hacer una bombilla “.

La buena noticia para todos los que quieren crear una cultura del cambio en sus empresas es que curiosos somos todos y fomentar la curiosidad es fácil. Solo tenemos que repasar todo lo que hacemos y preguntarnos qué pasaría si lo hiciésemos de otra forma o si utilizásemos otras herramientas o si cambiáramos las estructuras o si... y no cejar en el empeño de encontrar mejores metodologías, procesos, vías de negocio, aunque fracasemos durante algunos de los intentos. La tecnología es solo un facilitador, no el culpable.

Escrito por:
Mayte Ruiz de Velasco
Business Transformation Manager